LVI
Sus manos, dos palomas
encantadas
bebiendo de
seis ríos de metal;
sus ojos,
limpios lagos de cristal
con brillos
de mil noches estrelladas.
Acordes como
agudas puñaladas
al mismo
corazón -dulce puñal-;
cadencias que
con arte magistral
llenaban de
color las madrugadas.
Hablaba la
guitarra y él sentía
que al cielo
se elevaba cual gaviota
en busca de la luz del nuevo día:
pues se
dejaba el alma en cada nota.
Hoy la mía
tan solo es alma rota
que al saber
de tu adiós, vaga sombría.
Abril-2014