XXXIII
Pude
ser sombra fresca en el sendero
para
dar un respiro a tu fatiga;
sólo
fui tallo seco sin espiga,
débil
caña de lustre pasajero.
Pude ser para ti luz de un lucero
que
alumbrara tus noches, dulce amiga;
sólo
fui oscuridad, pérfida intriga
entre
la niebla gélida de enero.
Y te fuiste llevándote el aroma
de
todas las magnolias del jardín.
Y
me quedé mirando al infinito
mar de la soledad, donde no asoma
jamás
la luz del sol, sólo el confín
de
un mundo sin tu amor, negro, maldito.
Octubre-2012